viernes, 26 de noviembre de 2010

Cádiz en su esplendor del XVIII

Casa de las cinco torres en la Plaza de España.

Cádiz era en el siglo XVIII una ciudad radiante, Fray Gerónimo de la Concepción la había llamado a finales del XVII “Emporio del Orbe”.


Se encontraba en pleno dinamismo, con un importante desarrollo económico y un crecimiento casi ininterrumpido de su población.


Todos los viajeros y visitantes que llegan a ella insisten en los mismos tópicos: Cádiz es una ciudad opulenta, rica, elegante, culta, cosmopolita…


Un comerciante francés afincado en la ciudad afirmaba en 1788 que los habitantes de Cádiz son quienes dan el tono en los artículos de gusto y de moda, tanto a la Península como a las América (por encima del propio Madrid).


Esta ciudad era muy diferente de otras, incluidas las de sus proximidades.


Los signos de esplendor son bien palpables. En 1722 se comienza una nueva catedral, a su vez, las iglesias se renuevan y enriquecen con todo tipo de imágenes, retablos, cuadros y otros objetos de arte, dos figuras señeras del arte, el pintor Goya y el músico Haydn, trabajan para la iglesia del Rosario y la Santa Cueva, respectivamente: el primero con una series de lienzos sobre tema religioso; el segundo con una magnifica composición, el Sermón de las sietes palabras, que sonará por primera vez en dicho recinto.


Son numerosos e importantes los edificios civiles que se construyen a lo largo del XVIII: el Hospicio, la casa de Viudas, la Aduana, el Real colegio de Cirugía de la Armada, la cárcel, los cuarteles de la Bomba, el propio tejido urbano que tanto debe a las obras realizadas en este tiempo y cuenta con ejemplares tan notables como la Casa de las Cuatro torres o la casa del Marqués de Casa Recaño, llamada también Torre Tavira o torre del Vigía. Nacen paralelamente los barrios de san José (extramuros) y San Carlos, en tanto se completa el de la Viña. La ciudad es un hervidero de obras y de cultura. Recordemos a la sazón las bibliotecas, la ópera o los diversos teatros que pueblan la ciudad.


Se erigen, además, dos instituciones científicas señeras: el Real colegio de cirugía de la Armada, sobre los terrenos de un antiguo cementerio para apestado, al lado del hospital de la Armada, (entre el barrio del Balón y el Mentidero), así como el Observatorio de Marina, en el interior del castillo de la Villa (bario del Pópulo).


Sin dudas el comercio, para el que la ciudad, desde sus orígenes remoto, se halla muy bien pertrechada.


Barbieri afirma en 1762, “ es una Feria de la Europa, en que sólo se trata, del comprar, y vender”, lo que da la importancia sobre todo a Cádiz, más tarde escribirá Bourgoing en su Tablean-, lo que la asimila a las más grandes plazas del mundo, es la inmensidad de su comercio, que está unido muy estrechamente en esta época a la América española y , gracia a esto, a Europa en general, sin olvidar el que se realiza con el resto de la Península Ibérica y el Magreb.


La escasez crónica de espacio produce un efecto social y económico de gran alcance y sostenido en el tiempo: el alto precio del suelo y, derivado de él, el elevado precio de la vivienda, sea en régimen de propiedad o de alquiler. Que se sitúa entonces, probablemente, entre los más altos de España.

Se explica, la existencia de casa-palacios pertenecientes a los grandes negociantes juntos a otros vecinos, ocupadas al completo, donde conviven varias familias diferentes o un abundante número de inquilinos si son de alquiler.


La alta rentabilidad de la vivienda explica también la universidad de las inversiones inmobiliarias. De forma paralela, la vivienda se convierte en una garantía frecuente en la ciudad de los préstamos hipotecarios, de los riegos marítimos e, incluso sustituidos de una deuda impagada.


La falta de espacio se manifiesta socialmente en la debilidad del sector primario y la fortaleza del terciario, especialmente el comercio, dentro de la estructura socio profesional gaditana.


Ni siquiera la pesca, actividad íntimamente relacionada con el mar, pero incapaz de competir con el gran comercio, logra elevar ese porcentaje.


Los productos alimenticios básicos (cereal, carne, vino, aceite), necesarios para abastecer una importante población en crecimiento, hubieron de ser traídos de poblaciones cercanas (Jerez, Sevilla, la campiña), incluso de más lejos, sea por vía terrestre o marítima, desempeñado esta última en ello un papel primordial.


En 1697, el procurador mayor de la ciudad reconocía que Alfonso X el Sabio, tras la conquista, había otorgado a Cádiz los privilegios necesarios para que sus habitantes se enriqueciesen (SIC) y, al mismo tiempo, pudiesen atender las necesidades de la Corona. Sin embargo, progresivamente, fueron menguando sus recursos. Entre ellos los terrenos de hierba donde pastaban las reses, cuya carne servía para abastecer a la ciudad.


Dichas importaciones de alimentos básicos fueron, fuente de negocio para algunos comerciantes de la ciudad, incluso de los consagrados a la Carrera de Indias, especialmente en época de escasez, y cuando la población tenía un rápido crecimiento.


Desde Jerez sale a través del Guadalete gran cantidad de cereales y harina con destino a Cádiz para consumo de sus habitantes y abastecimiento de los buques.


El sector terciario alcanza cotas bastante alto para lo que es propio de la época: la población dedicada a las actividades específicas de dicho sector (alimentación, hostelería, transporte, comercio, servicio doméstico, etc.), rondaba el 59,2% de la población activa gaditana de 1713, el 76,2% a mediados del XVIII.


En 1830, consumada la pérdida de los mercados coloniales, la población activa dedicada a la industria creció de nuevo, esto coincidió con el momento en que la actividad mercantil se vio afectada por serias dificultades para conectar Cádiz con los mercados americanos.


Una alternativa manufacturera moderna a la crisis comercial, un reforzamiento, por lo general y a pesar de ciertas iniciativas innovadoras fuera de su término, básicamente en el sector vitivinícola, de la industria artesanal tradicional (sastrería, costura, zapatería, herrería, carpintería, platería, cigarrería, etc.).


Una nueva dificultad se añadía, consecuencia en parte de su emplazamiento geográfico y de la cortedad de su territorio, la escasez de agua.


Las autoridades de la ciudad trataron de compensar esta carencia haciéndola traer desde el interior (el manantial de Tempul, en la sierra de las Cabras, a once leguas de Cádiz), mediante un largísimo y asombroso acueducto rehabilitado en 1784, que ya debía funcionar en época romana. Pero también se utilizaron otros sistemas más elemental; el tradicional de pozos domésticos (la mayoría de las casas gaditanas lo tenían).


A pesar de su abundante población y de su proverbial riqueza, Cádiz no era ciudad que destacara por su nobleza. El P. Labat, cuando la visitó en el siglo XVIII, fijó sobre ella una frase casi lapidaría,: “una ciudad de comercio y una morada de comerciantes más que de la nobleza y de gente de letras” señalo como una ciudad eminentemente burguesa y mercantil.


La posición geográfica de la ciudad, unida a la falta de término, decidirá desde el principio la vocación marítima y comercial de Cádiz, fue la voluntad de la corona, quien, en último término, le dio todo su sentido a este hecho, con la creación de un sistema monopolístico para ordenar las relaciones entre España y sus Indias.


Casapuerta en la calle San José esquina con Ancha.

No hay comentarios:

Publicar un comentario