sábado, 23 de octubre de 2010

El Cádiz de Las "Indias" y Las "América"

Torre vigía que oteaban los galeones que venían de Ultramar


Cádiz es una ciudad que ha vivido fundamentalmente del comercio. Con una situación geográfica muy peculiar, prácticamente una isla, y sin ninguna zona agrícola capaz de propiciar una aristocracia terrateniente, ha tenido una burguesía activa e inquieta con la singularidad, además, de ser una de las pocas ciudades españolas dotada de una finalidad esencialmente comercial, la función mercantil predominó de modo exclusivo.


En 1820 Cádiz era todavía una ciudad grande, relativamente bien poblada y con un comercio que se resistía a un hundimiento que ya, por entonces, se consideraba como inevitable.


Plaza fortificada, contaba con un recinto de 7500 varas el que forma las murallas, varios fuertes y baterías con dos muelles, el uno en la Puerta del Mar y el otro en la de San Carlos. La muralla más fortificada corría por la Puerta de Tierra, avanzado hacia el mar y a la entrada de la bahía, por el lado opuesto, estaba situado el castillo de San Sebastián que, aparte de su función defensiva, mostraba una especie de faro que servía para indicar a los navegantes la proximidad del puerto. Había cuatro puertas que daban al mar, la de la caleta, la de San Carlos, la de Sevilla y la del Mar.


El abastecimiento alimentario se hacía a base de los pueblos inmediatos que surtían a Cádiz, fundamentalmente, de carnes, frutas y verduras.


Un hecho en contra era la carencia de agua potable. Recogiéndose la de las lluvias o aljibes que a pesar de la limpieza en que se procura conservar, su permanencia en ellos, otras causas inevitables la hacen tomar algo de gusto, olor y sabor.


Un camino muy transitado, por ser único, pero en muy mal estado unía la ciudad con San Fernando, lo cual contribuía aún más, a acentuar esa idea de insularidad y aislamiento de los gaditanos.


No en balde lo apartado de Cádiz, entre otras causas, permitió a la ciudad resistir en muy corto espacio de tiempo dos asedios.


Desde que en 1717 Cádiz consiguió ser el único puerto para el comercio de Indias y pasaron a ella los Tribunales de las Casa de Contratación y el Consulado de Sevilla, la ciudad vivió una oleada de prosperidad muy notable.


Todavía en los últimos años del siglo XVIII, a pesar de estar abolido el monopolio del comercio americano desde 1778, se registraron importantes movimientos comerciales que demostraban la vitalidad de la ciudad.


Sin embargo, al declinar el siglo XVIII la ciudad empezó arrastrar una cierta decadencia que, partiendo de las guerras marítimas de Carlos IV, se complicó aún más con la Guerra de la Independencia. Fue a partir de 1805 cuando la crisis se agudizó de forma definitiva al aparecer los movimientos independentistas en Hispanoamérica. Por su parte Las Cortes de Cádiz, inmersas en su propia tarea legislativa se vieron impotentes ante este cúmulo de circunstancias adversas.


Remitiéndonos al problema americano para entender mejor la crisis profunda del comercio gaditano, de la que no se repuso jamás. La independencia de las colonias americanas supuso para España una pérdida vital para su sistema económico y para Cádiz su ruina, ya que prácticamente la ciudad había vivido del comercio con América.


La gran decadencia, es un factor que va a marcar decisivamente la división ocupacional de sus habitantes basándose en los tres sectores, primario, secundario y terciario, que tradicionalmente han sido tomados como modelos de referencia.


Las guerras coloniales y la independencia de las colonias americanas supusieron un golpe decisivo para su maltrecha economía. Ante una situación así, volvió a pedirse, una vez más, la franquicia del puerto aunque no se consiguió.

Ya en la segunda mitad del siglo XVIII fueron numerosos los casos de contrabando repartido por la costa gaditana algunos de ellos de muy alto nivel. En los momentos de clara crisis económica, se potenció esta práctica, no sólo en Cádiz, sino también en algunas zonas de su provincia, preferentemente el Campo de Gibraltar, muy propicio para este delito por su cercanía a la plaza británica y por los latifundios muy poco explotados, con una población desocupada casi todo el año, siendo notable el hecho de que esta práctica del contrabando pasaba de padres a hijos.


El no trabajar estaba mal visto, era síntoma de inadaptación social. Como inmediata consecuencia, el individuo que no acreditara su cualificación profesional era calificado de vago. Sobre este particular, las autoridades provinciales y locales debían extremar su vigilancia hacia todos aquellos que no tuvieran empleo, oficio o modo de vivir reconocido, los cuales quedaban suspensos de sus derechos de ciudadanos.


En consecuencias, vagos, holgazanes, gitanos y mal entretenidos debían ser perseguidos y apresados previa la información sumaria que justifique sus malas calidades, siendo internado comúnmente en las casas de misericordia, hospicios o arsenales del ejercito.


En cambio, los mendigos cabía cierta consideración debiendo estar asignados a una casa de misericordia, aunque los no nacidos en cádiz, debían salir de la ciudad si no acreditaban cinco años de residencia en ella.


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